No puedo soportar más, cada noche sufrir las mismas
pesadillas, sentir un fuego corriendo por mis venas, después de haber sentido latigazos en mi espalda. Estoy muy asustado, ¡y harto de tanta tortura! No
puedo más. Pero cada vez que intento decir una palabra… bueno, algo sucede. Tengo
miedo, no quiero que sufras eso pero ya no puedo más, tú eres mi única
salvación, por favor ayúdame, prométeme que no le dirás a nadie, yo sé que eres
muy fuerte para soportar este dolor durante 50 años, yo en cambio no pude. Esto
ya debe que acabar, tú lo tienes que acabar.
La persona que me contó esta leyenda
murió al día siguiente, la causa no se sabe, al parecer estaba sano y no tenía
ningún vicio, ¿quién lo mató? Hay pocos sospechosos, él mantenía una buena
amistad con todos en el pueblo. Lo único que logramos descifrar es que la
persona que lo mató quería que estuviera callado, ¿Cómo lo sabemos? Porque
cuando fue encontrado, tenía su boca cosida y anteriormente sus labios habían
sido quemados.
Corro un gran riesgo al tratar de contarte ésto, pero es que ya no
puedo. Traté de suicidarme pero ella no me dejó. La única salida es contándole
a alguien lo que sucedió. Si llegas a escuchar ruidos en tu ventana o algunos
pasos en tu recamara, ten cuidado, le gusta divertirse en la noche con tu miedo pero todo saldrá bien si te quedas callado.
El pueblo de Creel, en Chihuahua,
es muy conocido por su nieve, ahí sucedió todo, mi padre, sí, el señor que
murió con la boca cosida y los labios quemados era mi padre. Él era una buena
persona, pero su destino fue trágico, él no tuvo la culpa de haber sido
elegido. Y yo tampoco.
Una noche mi padre llegó a la casa, me agarró del brazo,
me jaló hasta su cuarto y ahí me encerró junto con él. Empezó a gritar, a
llorar, a lamentarse. Agachó su cabeza junto con sus manos y después de decir
–Lo siento, hijo- me contó la leyenda. Al irme contando, se le salían lágrimas
de los ojos, su garganta de vez en cuando se cerraba, se quedaba sin
respiración, corrí a ayudarlo pero algo me empujó lejos de él. Me lanzó a una
esquina del cuarto, sólo vi a mi padre tratando de acabar la leyenda para ser
libre. Después de tanto sufrir, de tantos gritos, acabó de contarme. Todo se
calmó, de repente una nube negra entró por la ventana, pasó por mi padre, y
cuando se esfumó la nube, mi padre también se había ido. Después de eso fue
cuando mi padre fue encontrado…
Me puse a pensar es esa leyenda que me había
contado. Fui con mi madre a su cuarto, para contarle la leyenda que me había
dicho mi padre, pero al tratar de escupir una palabra, mi garganta se cerró,
como si mis cuerdas vocales se hubieran pegado unas con otras. Empecé a toser y
a toser, no tenía idea de lo que me estaba pasando. Me asusté y lo único que
hice fue tratar de respirar otra vez. El oxígeno volvía a correr por mis
pulmones, mi madre me preguntó que qué me había pasado. Como no quería
asustarla, le dije que me había ahogado con mi saliva. Después me preguntó por
lo que le iba a decir. Como no quería volver a sufrir esa experiencia le
inventé que me había dicho que sentía no haber sido un buen padre.
No podía
contar la leyenda y cuando quería, un dolor se apoderaba de mí. Ahora trataré
de ser lo demasiado fuerte para contarte. La leyenda va así.
En 1930, en este
mismo pueblo, hubo una bruja. Se llamaba Lorena González Rodríguez. Era una
mujer bella, pero con un alma horrenda, como toda mujer, tenía novios. Novios
que desaparecían raramente. Se cree que los mataba y se comía sus almas para
mantenerse joven. Porque nunca veían que moría. No se sabía cual era su edad,
no tenía familiares ni amigos, solamente amantes. La mujer no salía de día,
sólo de noche, con una túnica negra encima de ella. Y caminaba hacía la montaña
del pueblo. Ninguna persona se atrevía a seguirla, sólo la observaban hasta que
se perdía entre los árboles que cubrían la montaña.
A la mañana siguiente se
encontraban manchas de sangre por la calle,
las manchas iban desde la casa de la bruja hasta la entrada de
la montaña.
Cuando la cantidad de hombres iba disminuyendo, el pueblo hizo una
rebelión, todo el pueblo se reunió y prendió fuego en la casa de Lorena. No se
escuchó ruidos, ni gritos, sólo la madera quemarse, y las paredes cayéndose una
por una. La casa estaba completamente destruida, buscaron a Lorena entre los
escombros pero no hallaron nada. Supusieron que se había ido del pueblo, porque
la buscaron por todas partes, pero no encontraron nada. Un grupo de hombres con
armas en las manos, se adentraron a la montaña a buscar a Lorena. Uno de ellos,
el que regresó a salvo, contó lo que sus ojos jamás olvidarán. Dice que
mientras se adentraban a la montaña, el cielo se hacía más oscuro, el clima más
frío y el pasto más grande. Escucharon un grito proveniente de atrás, todos se
quedaron paralizados, uno de ellos gritó que regresaran. Los demás
petrificados, empezaron a correr hacía donde ellos creían que estaba la salida,
pero no. Él corrió al lado contrario, al ir pasando los árboles escuchaba gritos
de sus compañeros. Salió, giró su cabeza pero sólo vio los árboles y el pasto.
Miró al cielo, el sol estaba alumbrando el pueblo. El clima volvió a ser
cálido. Se tiró al suelo, dos lágrimas brotaron de sus ojos. Se limpió la cara
y se fue caminado firme hacía la plaza del pueblo. Las personas al verlo, iban
y le preguntaban qué había pasado. Se limitó a contestar. Dijo que Lorena
seguía entre ellos, pero su alma sólo permanecería en la montaña. Por esa
razón, la entrada a esa montaña quedó prohibida.
Lorena sigue entre nosotros,
pero ya no más en la montaña, ahora está en mí. Metida en mi cerebro, en mi
cuerpo, en todo yo. No soporto más, me tortura cada noche, no puedo sacarla. Ya
no puedo. Al ir escribiendo estas palabras, Lorena trataba de impedirlo, me ahogaba,
me paralizaba las manos, mis pulmones empezaban a comprimirse, mi vista se
nublaba, Lorena trataba de hacer todo lo posible para que fuese yo quien
terminara su maldición. Ahora que saldrá de mí, podré morir, como Lorena quiera
destruirme. Mi nombre es Leonardo, era alegre y pacífico, antes de que me
pasara esto. Mi cabello negro, ya no está, me lo fui arrancando conforme las
noches iban pasando. Mi cuerpo se volvió débil, mi piel gastada al igual que mi
cara. No dormía. Mi cabeza, llena de cosas terroríficas, nunca descansaba. Lo
único que puedo decirte es suerte, tu tortura acaba de empezar.
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